Internet está pensando en cambiar de régimen político, pues parece que a la democracia le interesan otras formas de gobierno aún por determinar. En breve, quizás veamos a Google y las teleoperadoras entronizándose y repartiendo los latifundios virtuales entre los magnates del sector empresarial. Si a veces nos ofuscamos tratando de desentrañar el funcionamiento de los logaritmos que emplea el famoso buscador para otorgar los Page Rank de los sitios web, ahora todo será mucho más sencillo de comprender: el ranqueado de página lo determinará el dinero.
Algunos se preguntarán que qué es lo que ocurre para que se derrame tanta tinta electrónica discurriendo el asunto. Sencillamente que la autopista por la que todos circulamos libremente en Internet puede que dentro de poco se convierta en una de peaje. Y si no, escuchemos a los expertos: “Es evidente que los buscadores de Internet utilizan nuestras redes sin pagarnos nada, lo cual es una suerte para ellos y una desgracia para nosotros. Pero eso no puede seguir, las redes las ponemos nosotros (...), lo hacemos todo. Eso va a cambiar, estoy convencido”. Quien hizo estas declaraciones es todo un peso pesado del gremio. Concretamente, César Alierta, presidente de Telefónica, ahora reconvertida a Movistar. Así, imaginando ese futuro pronosticado por Alierta, nos podríamos topar con lo siguiente:
1) ¿Bye, bye, libre competencia? ¿Por qué se atasca el buscador que has usado siempre mientras que su competidor funciona de perlas? Tal vez (porque aquí todo son “quizás y tal vez”), ese segundo buscador ha formado alianza con el teleoperador que has contratado.
2) Las pequeñas iniciativas empresariales pueden quedar enterradas en las páginas de búsqueda y, por tanto, ya no son capaces de competir en igualdad de condiciones con las “macroempresas”. Si no estás en Internet, no existes. Si no pagas en Internet, no existes.
3) Todo un gremio empresarial dedicado al marketing en Internet, la redacción de textos empleando técnicas SEO y palabras clave se desmantelaría. Sus integrantes tendrían que redirigir sus pasos hacia las operadoras de telefonía pues serían ellas las mandamases del ranqueado de páginas. Su algoritmo es sencillo: cuanto más dinero “más cumbre” haces en las búsquedas, si no te quedas en el campo base viendo cómo parten los expedicionarios acaudalados hacia la cima.
Esto son solo especulaciones acerca de un incierto futuro. No en vano, la imaginación podría pasar horas ideando los posibles desenlaces y rasgos de este mundo que empieza a adquirir forma con declaraciones como la de Alierta y presuntos acuerdos como el de Google y la operadora estadounidense Verizon. De hecho, se rumoreaba que el archifamoso buscador estaba negociando con Verizon el pago de una tasa para que ésta otorgara prioridad a sus contenidos en Internet. Ambas empresas han desmentido la información, pero sobre ellas planea el fantasma de la sospecha y los ceños incrédulos se fruncen en cuanto las ven de camino a una reunión ordinaria entre colegas de trabajo.
Quizás la analogía planteada por Gustavo Espinosa, director de negocio de Everis, nos venga de perlas, puesto que si hasta ahora todos construían con ladrillos de Lego y jugaban unos con otros, ahora puede que unos cuantos pretendan construir piezas que encajen sólo con las empresas que a ellos se les antoje. La ciudad de Lego se desmoronaría si empezaran a llegar ladrillos deseosos de formar su propia panda de camaradas. ¿Están empezando a construirse barrios marginales? ¿Unos de amigos? ¿Otros de enemigos? ¿Hay acaso un modelo de ciudad mejor que el que nos plantea este juego? Tal vez, simplemente, algunos se hayan hecho mayores y se hayan cansado de jugar a Lego. Suele pasar.
Ana Durá
Algunos se preguntarán que qué es lo que ocurre para que se derrame tanta tinta electrónica discurriendo el asunto. Sencillamente que la autopista por la que todos circulamos libremente en Internet puede que dentro de poco se convierta en una de peaje. Y si no, escuchemos a los expertos: “Es evidente que los buscadores de Internet utilizan nuestras redes sin pagarnos nada, lo cual es una suerte para ellos y una desgracia para nosotros. Pero eso no puede seguir, las redes las ponemos nosotros (...), lo hacemos todo. Eso va a cambiar, estoy convencido”. Quien hizo estas declaraciones es todo un peso pesado del gremio. Concretamente, César Alierta, presidente de Telefónica, ahora reconvertida a Movistar. Así, imaginando ese futuro pronosticado por Alierta, nos podríamos topar con lo siguiente:1) ¿Bye, bye, libre competencia? ¿Por qué se atasca el buscador que has usado siempre mientras que su competidor funciona de perlas? Tal vez (porque aquí todo son “quizás y tal vez”), ese segundo buscador ha formado alianza con el teleoperador que has contratado.
2) Las pequeñas iniciativas empresariales pueden quedar enterradas en las páginas de búsqueda y, por tanto, ya no son capaces de competir en igualdad de condiciones con las “macroempresas”. Si no estás en Internet, no existes. Si no pagas en Internet, no existes.
3) Todo un gremio empresarial dedicado al marketing en Internet, la redacción de textos empleando técnicas SEO y palabras clave se desmantelaría. Sus integrantes tendrían que redirigir sus pasos hacia las operadoras de telefonía pues serían ellas las mandamases del ranqueado de páginas. Su algoritmo es sencillo: cuanto más dinero “más cumbre” haces en las búsquedas, si no te quedas en el campo base viendo cómo parten los expedicionarios acaudalados hacia la cima.
Esto son solo especulaciones acerca de un incierto futuro. No en vano, la imaginación podría pasar horas ideando los posibles desenlaces y rasgos de este mundo que empieza a adquirir forma con declaraciones como la de Alierta y presuntos acuerdos como el de Google y la operadora estadounidense Verizon. De hecho, se rumoreaba que el archifamoso buscador estaba negociando con Verizon el pago de una tasa para que ésta otorgara prioridad a sus contenidos en Internet. Ambas empresas han desmentido la información, pero sobre ellas planea el fantasma de la sospecha y los ceños incrédulos se fruncen en cuanto las ven de camino a una reunión ordinaria entre colegas de trabajo.
Quizás la analogía planteada por Gustavo Espinosa, director de negocio de Everis, nos venga de perlas, puesto que si hasta ahora todos construían con ladrillos de Lego y jugaban unos con otros, ahora puede que unos cuantos pretendan construir piezas que encajen sólo con las empresas que a ellos se les antoje. La ciudad de Lego se desmoronaría si empezaran a llegar ladrillos deseosos de formar su propia panda de camaradas. ¿Están empezando a construirse barrios marginales? ¿Unos de amigos? ¿Otros de enemigos? ¿Hay acaso un modelo de ciudad mejor que el que nos plantea este juego? Tal vez, simplemente, algunos se hayan hecho mayores y se hayan cansado de jugar a Lego. Suele pasar.
Ana Durá