Así, según se recoge en este documento, hay culpables para este retraso. Desde luego, la resistencia de los jefes a realizar la transición al siglo XXI nos la imaginábamos, ¿pero la de los sindicatos? Al parecer, temen “el riesgo de una posible desmovilización sindical, de perder algo de su posición de fuerza al no poder ejercer parte de su tarea en el propio centro de trabajo como asambleas carteles informativos”. A esto se añade del miedo a lo desconocido con una relación laboral distinta que les puede dejar en la cuneta y haciendo autostop…
Pero el trabajador también es un miedica de los cambios y considera que corre el riesgo de quedar aislado, además de desterrado de toda decisión empresarial de calado. Así que muchos enfilan contentos sus kilómetros de atasco y autovía ignorando que el teletrabajo es mayoría abrumadora en países como EE.UU. (22,9% de la población activa) o que en la City londinense, muchos empleados esquivan la gran metrópoli conduciendo hasta centros de trabajo públicos, pero cercanos a sus hogares, donde desempeñan su labor sin confeccionarse un atasco a su medida e incluso sin renunciar a su categoría de ojito derecho del jefe.
¿Y qué argumentos son esos que deben mover a toda una sociedad a reconsiderar su “modus laborali”? Pues son multitud, pero citamos sólo algunas:
-Conciliación de la vida familiar con la laboral
-Protección del medio ambiente al reducir las emisiones de CO2 que emanan del traslado hasta el centro de trabajo, entre otros ahorros como aceites, neumáticos…
-Mayor productividad
-Freno del éxodo rural, ya que el lugar de residencia no impide el desempeño de las tareas
Pero estamos seguros de que la seguridad social pronto se cotizará desde casa y que preparar la comida acabará engrosando la lista de accidentes profesionales de los trabajadores. Esa acabará reemplazando una mucho más letal: la motivada por accidente de tráfico de camino al puesto de trabajo.