Hace un tiempo que por ahí ronda la afirmación que si Facebook fuera un país, éste se convirtiría en la tercera nación con más población a nivel mundial pues, según los últimos censos, los “habitantes” de esta red social ya bordean los 1.000 millones, con más o menos altibajos y dependiendo, como en una manifestación, de quién nos suminsitre las cifras: si los organizadores (en este caso, Facebook que siempre tira por arriba) o el Gobierno (en este caso, todos los demás que redondean a la baja). Bueno, pues al respecto se ha puesto a fantasear un escritor español que un buen día se planteó la siguiente pregunta: ¿y si con el paso del tiempo las redes sociales se convirtieran en Estados?
Con semejante argumento toma cuerpo la novela “2112. The netstates”. La historia fusiona dos conceptos de rabiosa actualidad: la popularidad de las redes sociales y el desencanto de una ciudadanía que sólo atisba conatos de democracia cuando es llamada a urnas. El resto del tiempo permanece en barbecho y aguantando las travesuras de los políticos.
Semejante novelón lo firma, Roberto L. Ferrer Serrano, un abogado experto en tecnología de la información y con ganas de divagar sobre un tema que podría acabar por cambiarnos a todos el DNI y el pasaporte. Como agencia de social media te contamos algunos detalles de esta no tan alocada historia.
Pues sí, nos hallamos en 2112 y en el planeta ya no queda ni rastro de EE.UU., de Alemania o España. No es que haya habido una hecatombe climatológica y el oceáno se haya zampado los continentes, sino que las redes sociales han escrito un nuevo mapa político y éstas han asumido el poder político permitiendo un grado de participación ciudadana nunca visto hasta entonces. ¿Estaremos ante el advenimiento de un 15M feisbuqeuro?
La historia empieza con la elección de un nuevo presidente, descendiente de Abraham Lincoln, dispuesto a instaurar un nuevo régimen entre sus contemporáneos y dejarse de “chapuzas democráticas”. De esta manera, empiezan a disolverse los caducos estados territoriales en beneficio de otros más modernos.
Todo se apuntala en la consideración de que si la población se agrupa en función de sus ideales y de sus aspiraciones económicas, sociales, entre otras, en lugar de la mera adscripción accidental a un determinado territorio, resulta indudable que esta nueva forma de organización reúne importantes ventajas desde el punto de vista de la cohesión social.
Aunque, quizás, eso convertiría nuestro mundo en un planeta más propenso (si cabe) a los conflictos entre países, pues acabarían siendo demasiado divergentes dado que se atomizarían los gustos, las aficiones y las personalidades afines y nuestros estados vecinos nos parecerían de un exotismo inaguantable. Puede ser.
Bien, bosquejado los pilares de este nueva fórmula política, ¿cuántos de los presentes querrían firmar el acta fundacional para pasarse a un estado tuitero o a Musiconecta (una red social para músicos)?
Dejemos que su autor siga fabulando, aunque quizás un buen día descubramos que nos hemos convertido en personajes de su libro, para nuestro pesar o para nuestra alegría. Quién sabe.